domingo, 28 de abril de 2013

EL FINAL DEL ANTIGUO RÉGIMEN


EL FINAL DEL ANTIGUO RÉGIMEN

La monarquía hispánica en los albores de la modernidad entrecruzó sueños imperiales de largo alcance con el proceso de formación y consolidación del estado nacional, una empresa de por sí complicada al fundamentarse en una aleatoria unión personal con un complejo mosaico de peculiaridades y pluralidad detrás. Aquellos anhelos hegemónicos supranacionales pronto se desvanecieron y abrieron paso a décadas de introspección y progresivo alejamiento del entorno occidental, un repliegue al que se enfrentaría la política reformista del siglo XVIII, empeñada, desde posiciones regalistas y centralizadoras, en modernizar el país y aproximarlo a Europa.

Los sucesos revolucionarios de 1789 actuaron de freno paralizador de la corriente aperturista y asustaron a las minorías rectoras españolas, partidarias de una política de cordón sanitario y cierre de fronteras impermeabilizadora de todo peligroso contagio. Si a estas prevenciones añadimos el vacío de poder y la crisis interna de la realeza española, palpables en acontecimientos como el motín de Aranjuez y las aboliciones de Carlos IV y Fernando VII en Bayona a favor de Bonaparte, así como la ocupación militar de la Península bajo la excusa de un hipotético avance francés hacia Portugal al amparo del tratado de Fontainebleau, podrá entenderse el rechazo español hacia todo lo fracturado allende los Pirineos.

Sólo unos pocos sabrían apartar los árboles para ver el bosque y aprovechar la debilidad del momento histórico no para pedir junto al pueblo llano el retorno del Deseado, sino precisamente para acabar con el viejo régimen y oponer una auténtica réplica constitucional al estatuto de Bayona, la carta otorgada jurada por José I en julio de 1808.

El turbulento periodo de 1808-1814, marcó cronológicamente la guerra de la Independencia contra Francia y el arranque convencional de la contemporaneidad española presentó junto a los desajustes inherentes a todo enfrentamiento bélico de envergadura, los desequilibrios derivados del poder bicéfalo  existente entonces en la Península: por un lado, la solución napoleónica que, desde la legitimidad que le conferían las renuncias de los Borbones había situado a un extranjero, su propio hermano José I, en el trono de España y, por otro, el movimiento juntero aclamado por el pueblo y buena parte de las fuerzas vivas tradicionales, que se extendería por el reino hasta desembocar, tras la autodisolución de la Junta central, en las nuevas cortes gaditanas, símbolo de la resistencia nacional.

VIRGINIA LÓPEZ-REY GARCÍA.

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