domingo, 31 de marzo de 2013

LA BATALLA DE LEPANTO



La batalla de Lepanto fue un combate naval de vital importancia que tuvo lugar el 7 de octubre de 1571 en el golfo de Lepanto, frente a la ciudad de Naupacto, situada entre el Peloponeso y Epiro, en la Grecia continental.
Se enfrentaron en ella los turcos otomanos contra una coalición cristiana, llamada Liga Santa, formada por el Reino de España, los Estados Pontificios, la República de Venecia, la Orden de Malta, la República de Génova y el Ducado de Saboya. Los cristianos resultaron vencedores, salvándose sólo 30 galeras turcas. Se frenó así el expansionismo turco por el Mediterráneo occidental. En esta batalla participó Miguel de Cervantes, que resultó herido, sufriendo la pérdida de movilidad de su mano izquierda, lo que valió el sobrenombre de «manco de Lepanto». Este escritor, que estaba muy orgulloso de haber combatido allí, la calificó como «la más memorable y alta ocasión que vieron los pasados siglos, ni esperan ver los venideros».
Los antecedentes que llevan a que se produzca esta batalla es la Liga Santa.
La armada aliada estuvo al mando de don Juan de Austria, secundado en la armada real por Álvaro de Bazán, Alejandro Farnesio, Luis de Requesens y Juan Andrea Doria, mientras que la veneciana iba capitaneada por Sebastián Veniero y la pontificia por Marco Antonio Colonna. Entre todos reunían más de 200 galeras, 6 galeazas y otras naves auxiliares. La escuadra turca contaba con 260 galeras.
Ante el fracaso de esta expedición, Pío V reúne a plenipotenciarios reales y venecianos para tratar de tomar medidas efectivas contra la expansión turca por el Mediterráneo. Las discusiones se centran sobre las misiones de la Liga y la duración de la concentración de fuerzas, con posturas encontradas entre venecianos y españoles. Los primeros quieren restringir su ámbito al Mediterráneo Oriental, mientras que los españoles quieren incluir las costas del norte de África.


Gracias al empeño personal del papa, el 24 de mayo de 1571 se llega a una solución de compromiso: la duración será ilimitada, servirá tanto para atacar a Turquía como para atacar las plazas turcas del norte de África, la armada estará formada por 200 galeras, 100 naves, 50.000 infantes y 4.500 jinetes, esta armada deberá estar preparada para entrar en acción en abril de cada año, España sufragará tres sextos de los gastos, Venecia dos sextos y la Santa Sede el sexto restante, el generalísimo de la liga será Juan de Austria, y cada nación aportará un Capitán General. Estos tres capitanes generales, reunidos en consejo, acordarán el plan anual de operaciones, ninguna de las partes podrá ajustar tregua ni paz con el enemigo sin participación y acuerdo de las otras dos, el generalísimo no llevará estandarte propio ni de su nación, sino el especial de la Liga.
Una vez aprobado el tratado, el Papa intenta que se unan al mismo Portugal, Francia y Austria, sin conseguirlo. Francia incluso pactó con los turcos.
Mientras tanto, los turcos continúan con su campaña de conquista de Chipre, y forman una escuadra de 250 velas y 80.000 hombres para devastar y saquear algunos de los puertos venecianos del Adriático. El 4 de agosto, por falta de vituallas, cae Famagusta, con lo que se completa la conquista turca de Chipre.

La presencia turca representó una amenaza para la cristiandad durante mucho tiempo, tanto en el Mediterráneo como en sus sucesivas incursiones hasta las puertas de Viena. Cuando en 1570 atacaron la isla de Chipre - posesión veneciana-, esta agresión trajo como consecuencia la formación de la llamada Liga Santa, integrada por el Papa, la República de Venecia y la monarquía de Felipe II. La participación española, de gran importancia para el éxito de la Liga, fue posible entonces gracias a haberse sofocado, al menos temporalmente, la rebelión que había estallado en los Países Bajos dos años antes.

Tomada la decisión de emprender una expedición naval y reunida en Mesina la flota de los coaligados, sólo restaba decidir el objetivo específico de la campaña. La meta, por supuesto, no podía ser otra que la destrucción de la flota turca de Alí Bajá. La única duda que se planteaba era si atraerla al combate con una demostración en un punto vital del Imperio turco o si, por el contrario, ir directamente a su encuentro.

Fue esta opinión la que prevaleció finalmente y con tal objetivo, la armada de la Liga abandonó Mesina, avistando las naves otomanas el 7 de octubre en el golfo de Lepanto (actual golfo de Corinto, en Grecia). Su fuerza era considerable: 207 galeras, 6 galeazas y 20 navíos armados, además de algunos bergantines y fragatas, totalizando 1.215 piezas de artillería; en cuanto al contingente humano, iban embarcados alrededor de 90.000 hombres entre soldados, gente de mar y remeros. Por su parte, Alí Bajá no podía albergar ninguna duda sobre su misión: el sultán le había ordenado expresamente presentar batalla a los cristianos. Su flota había llegado a Lepanto el 29 de septiembre con ánimo de evacuar a los enfermos y reforzar sus efectivos. Era superior en barcos a la de los cristianos, pues sumaba 221 galeras, 38 galeotes y 18 fustas, pero con sólo 750 cañones; sus efectivos humanos eran algo menores -83.000 hombres-, peor armados, además, en arcabuces y mosquetes. La batalla se inició con el ataque frontal de ambas flotas desplegadas en línea e intentando Alí Bajá envolver sólo el ala derecha cristiana, ya que el ala izquierda se extendía casi hasta la costa.

En ese intento, las dos alas comprometidas -la derecha cristiana y la izquierda turca- mantuvieron un combate particular, alejadas del resto de los contendientes y en la que los barcos de la Liga llevaron en principio la peor parte. El fracaso del asalto frontal de los otomanos y el auxilio de la reserva cristiana a su alejada ala derecha dieron la victoria a don Juan de Austria. Sólo lograron salvarse unos 60 barcos turcos. Lepanto fue la gran victoria cristiana sobre los turcos y la noticia de este triunfo conmocionó a toda Europa, llegando a ser bautizada como "la gran ocasión que vieron los siglos". En realidad, el éxito se debió fundamentalmente a una circunstancia fortuita, la lucha particular en el intento de envolvimiento turco que, a la postre, permitiría a la escuadra de reserva cristiana auxiliar primero al centro y después al ala derecha. Pero también a la superioridad de la flota de los coaligados en artillería y
arcabuces y mosquetes.
 

Virginia López-Rey García

LOS PRÍNCIPES ELECTORES


Los príncipes electores en el Sacro Imperio Germánico eran miembros del colegio electoral que tenían la función de elegir a los emperadores de Alemania.
Se definen sus funciones y los primeros príncipes electorales por la Bula de Oro de 1356. Durante y después del siglo XV, en realidad se limitaban únicamente a formalizar lo que era, de hecho, una sucesión dinástica. Formalmente, elegían al Rey de los Romanos, que se convertía en emperador del Sacro Imperio únicamente cuando era coronado por el papa. Carlos V, Carlos I de España, fue el último en ser coronado, sus sucesores fueron solamente emperadores elegidos.
Durante gran parte de la historia del Sacro Imperio había siete príncipes electores, los arzobispos de Maguncia, Tréveris y Colonia; el rey de Bohemia; el Conde Palatino del Rin; el Duque de Sajonia y el margrave de Brandeburgo. Los tres últimos son conocidos también como el Elector Palatino, el Elector de Sajonia y el Elector de Brandeburgo.


















 Escudos de armas representando los siete príncipes electores originales con la figura de Germania.

Hasta 1508, los recién elegidos reyes debían trasladarse a Roma para ser coronados emperadores por el papa. No obstante, el proceso solía demorarse hasta la resolución de algunos conflictos "crónicos": imponerse en el inestable norte de Italia, resolver disputas pendientes con el patriarca romano, etc.
Las tareas habituales de un soberano, como decretar normas o gobernar autónomamente el territorio, fueron siempre, en el caso del emperador, sumamente complejas. Su poder estaba fuertemente restringido por los diversos líderes locales. Desde finales del siglo XV, el Reichstag (la Dieta) se estableció como órgano legislativo del Imperio: una complicada asamblea que se reunía a petición del emperador, sin una periodicidad establecida y en cada ocasión en una nueva sede. En 1663, el Reichstag se transformó en una asamblea permanente.
Una entidad era considerada como un Reichsstand (Estado imperial) si, conforme a las leyes feudales, no tenía más autoridad por encima que la del emperador del Sacro Imperio. Entre dichos Estados se contaban:
·         Territorios gobernados por un príncipe o duque, y en algunos casos reyes. (A los gobernadores del Sacro Imperio, con la excepción de la corona de Bohemia, no se les permitía ser reyes de territorios dentro del Imperio, pero algunos gobernaron reinos fuera del mismo, como ocurrió durante algún tiempo con el reino de la Gran Bretaña, cuyo rey era también Príncipe elector de Brunswick-Luneburgo.)
·         Territorios eclesiásticos dirigidos por un obispo o príncipe-obispo. En el primer caso, el territorio era con frecuencia idéntico al de la diócesis, recayendo en el obispo tanto los poderes mundanos como los eclesiásticos. Un ejemplo, entre muchos otros, podría ser el de Osnabrück . Por su parte, un príncipe-obispo de notable importancia en el Sacro Imperio fue el obispo de Maguncia, cuya sede episcopal se encontraba en la catedral de esa ciudad.
·         Ciudades imperiales libres
El número de territorios era increíblemente grande, llegando a varios centenares en tiempos de la Paz de Westfalia, no sobrepasando la extensión de muchos de ellos unos pocos kilómetros cuadrados. El Imperio en una definición afortunada era descrito como una "alfombra hecha de retales"(Flickenteppich).

REICHSTAG

El Reichstag o Dieta era el órgano legislativo del Sacro Imperio Romano Germánico. Se dividía a fines del s. XVIII (1777-1797) en tres tipos o clases:
·         El Consejo de los electores, que incluía a los 8 electores del Sacro Imperio Romano Germánico.
·         El Consejo de los príncipes, que incluía tanto a laicos como a eclesiásticos.
·         El brazo laico o secular: 91 Príncipes (con título de príncipe, gran duque, duque, conde palatino, margrave o landgrave) tenían derecho a voto; algunos tenían varios votos al poseer el gobierno de más de un territorio con derecho a voto. Asimismo, el Consejo incluía cuatro colegios que agrupaban a unos 100 condes (Grafen) y Señores (Herren): Renania, Suabia, Franconia y Westfalia. Cada colegio podía emitir un voto conjunto.
·         El brazo eclesiástico: Arzobispos, algunos abades y los dos grandes maestres de la orden de los Caballeros Teutones y de los Caballeros Hospitalarios (Orden de San Juan) tenían cada uno de ellos un voto (33 a fines del s. XVIII). Varios abades y prelados más (unos 40) estaban agrupados en dos colegios: Suabia y Renania. Cada colegio tenía un voto colectivo.
·         El Consejo de las 51 ciudades imperiales, que incluía representantes de las ciudades imperiales agrupados en dos colegios: Suabia y Renania, teniendo cada uno un voto colectivo. El Consejo de las ciudades imperiales, no obstante, no era totalmente igual al resto, ya que no tenía derecho de voto en diversas materias, como el de la admisión de nuevos territorios.

Virginia López-Rey García.

domingo, 10 de marzo de 2013



 La Paz de Augsburgo o “Paz de las religiones” se firmó el 25 de septiembre de 1555 en Augsburgo, Alemania, por orden de Carlos V, emperador de Alemania. Su hermano Fernando firmó dicho tratado dándole así  los poderes para reinar en el reino de Alemania con el nombre de Fernando I de Augsburgo. Y firmada también por las fuerzas de la Liga Esmalcalda.


                                          
Siendo Carlos V emperador de Alemania, empezó a haber una ruptura en la Iglesia,  dividiéndose el Imperio en dos confesiones cristianas: la luterana y la católica.

Carlos V en un principio apoyó un concilio entre ambas partes. Pero se encontraron con muchas dificultades, principalmente la del papa Clemente VII, que no quería ayuda del Emperador, debido a su poder, temiendo que éste pudiera también intervenir en temas de la Iglesia. Después de la muerte del Papa, su sucesor Pablo III, estuvo más conciliador y dispuesto a llegar a un acuerdo. Mientras tanto, este problema religioso se convirtió también en un problema político ya que los nobles y campesinos alemanes veían en el protestantismo un posible liberalismo que no tenían por el momento, ya que muchos de sus campos y tierras estaban dominados por la iglesia Romana y el Imperio.  Esto hizo que muchos campesinos y también clérigos junto con nobles hicieran uso de violencia y reivindicaciones.

El Emperador seguía creyendo que podrían llegar a un acuerdo pacífico. Se reunieron en la llamada Dieta de Spira llegando a algunos acuerdos pero cada vez se politizaba más el problema.
Hasta más tarde, en 1530, no hubo un acercamiento más real y pacífico en la Dieta de Augsburgo en el que se pedía que pudiesen convivir tanto los católicos como los protestantes. Los príncipes de Sajonia, que eran protestantes, no quisieron seguir este acuerdo y hubo un levantamiento militar.
Las ideas protestantes se extendieron por Alemania y el centro de Europa y tuvo lugar una gran unión contra del ejercito del Emperador y del Papa. Se produjo así la batalla de Mühlberg, finalizando con la victoria del Emperador cuyo ejército estaba dirigido por Juan de Austria. Aunque se llegó a la Dieta de Augsburgo no se produjeron las reacciones deseadas por el  Emperador.

Después de muchos enfrentamientos, la sucesión al papado del nuevo pontífice Pablo IV y la desesperación del Emperador, se firmó la Paz de Augsburgo.

Con esta Paz se acuerda que hay en el Imperio dos confesiones cristianas; una la luterana y otra la católica. Cada príncipe alemán deberá elegir e informar cuál de estas dos religiones desee practicar, estando prohibida cualquier otra, y sus súbditos estarán obligados a ejercer la misma.
También se establece un principio según el cual si el príncipe ocupaba un cargo católico se pasaba al luteranismo, debía renunciar a los bienes de dicha religión. Esta última clausula no fue muy bien vista por el luteranismo, y continuó teniendo problemas entre las dos religiones dentro de Alemania, lo cual derivó a la Guerra de los Treinta Años.

domingo, 3 de marzo de 2013

Breve Historia de los Austrias.1

“El rey reina, pero no gobierna”. –Bartolomé Clavero (1994)
Hablar de Austrias no es hablar de un único país o territorio. El historiador británico John Elliot denominó “compuesto” a este sistema político, que se caracterizaba por agregar territorios –o miembros- bajo el común mandato del monarca.
Cuando un monarca aumentaba sus posesiones –ya fuera por herencia, matrimonio o vía militar-, aspiraba a la conservación: los nuevos reinos mantenían desde su lengua y sus costumbres hasta sus instituciones. Cada territorio mantenía una organización propia que no tenía, necesariamente, que coincidir con la de otros reinos.
Personas como Karl Brandi asignaban a la Monarquía de los Austrias las principales características de un sistema estatal tales como la presencia de instituciones permanentes e impersonales, definidas fronteras, tendencia al monopolio de la fuerza (ejército) o el nacimiento de un nuevo concepto de soberanía que se consideró un poder territorial independiente de toda injerencia externa o interna. Aunque esta definición, sin ser incorrecta, resulta ser una visión anacrónica.
A día de hoy resulta imposible el concepto de soberanía del rey sin añadir su convivencia con innumerables jurisdicciones que jugaron un papel indispensable hasta los inicios del Estado liberal. En palabras del trascendente historiador Antonio Manuel Hespanha “La monarquía reunía una constelación de poderes”.
La creciente Corona de la Monarquía de los Austrias, hacía indispensable el desarrollo de las instituciones, aunque el espacio político más célebre de los Austrias fue la polisinodia, esto es, un sistema de consejos territoriales o temáticos. Estos organismos estaban formados por diferentes consejeros que veían regido su trabajo –en teoría- mediante ordenanzas. El de Estado fue el Consejo más importante, pues se encargaba de los asuntos más notables de la Monarquía, especialmente en materia de política exterior. A pesar de todo, el sistema de consejos mostró bastantes problemas, pues había asuntos que no se lograba aclarar a qué consejo correspondían.
Aunque la capacidad de los Austrias para controlar directamente sus territorios era bastante limitada, el rey seguía poseyendo una voluntad superior a cualquier organigrama o ley, por lo que el acceso directo a su ámbito se convirtió en un punto clave de la práctica política.
Por último, se debe aclarar que aunque en algunos territorios de los Austrias la Monarquía era más autoritaria, en otros muchos nunca se vio ese absolutismo del que se hablaba en el siglo XIX, como son los casos de Aragón o Flandes. En estos territorios eran las asambleas representativas –en la práctica- las que poseían todo el poder (“no había norma superior a las dictadas por el rey y el reino reunidos en Asamblea”).