“El rey reina, pero no gobierna”. –Bartolomé Clavero (1994)
Hablar de Austrias no es hablar de un único país o territorio. El historiador británico John Elliot denominó “compuesto” a este sistema político, que se caracterizaba por agregar territorios –o miembros- bajo el común mandato del monarca.
Cuando un monarca aumentaba sus posesiones –ya fuera por herencia, matrimonio o vía militar-, aspiraba a la conservación: los nuevos reinos mantenían desde su lengua y sus costumbres hasta sus instituciones. Cada territorio mantenía una organización propia que no tenía, necesariamente, que coincidir con la de otros reinos.
Personas como Karl Brandi asignaban a la Monarquía de los Austrias las principales características de un sistema estatal tales como la presencia de instituciones permanentes e impersonales, definidas fronteras, tendencia al monopolio de la fuerza (ejército) o el nacimiento de un nuevo concepto de soberanía que se consideró un poder territorial independiente de toda injerencia externa o interna. Aunque esta definición, sin ser incorrecta, resulta ser una visión anacrónica.
A día de hoy resulta imposible el concepto de soberanía del rey sin añadir su convivencia con innumerables jurisdicciones que jugaron un papel indispensable hasta los inicios del Estado liberal. En palabras del trascendente historiador Antonio Manuel Hespanha “La monarquía reunía una constelación de poderes”.
La creciente Corona de la Monarquía de los Austrias, hacía indispensable el desarrollo de las instituciones, aunque el espacio político más célebre de los Austrias fue la polisinodia, esto es, un sistema de consejos territoriales o temáticos. Estos organismos estaban formados por diferentes consejeros que veían regido su trabajo –en teoría- mediante ordenanzas. El de Estado fue el Consejo más importante, pues se encargaba de los asuntos más notables de la Monarquía, especialmente en materia de política exterior. A pesar de todo, el sistema de consejos mostró bastantes problemas, pues había asuntos que no se lograba aclarar a qué consejo correspondían.
Aunque la capacidad de los Austrias para controlar directamente sus territorios era bastante limitada, el rey seguía poseyendo una voluntad superior a cualquier organigrama o ley, por lo que el acceso directo a su ámbito se convirtió en un punto clave de la práctica política.
Por último, se debe aclarar que aunque en algunos territorios de los Austrias la Monarquía era más autoritaria, en otros muchos nunca se vio ese absolutismo del que se hablaba en el siglo XIX, como son los casos de Aragón o Flandes. En estos territorios eran las asambleas representativas –en la práctica- las que poseían todo el poder (“no había norma superior a las dictadas por el rey y el reino reunidos en Asamblea”).
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